Esto de dedicarse a la investigación científica tiene un balance positivo, como diría cualquier ministro de economía que quiera nublar el panorama. El mayor beneficio que se consigue en esta actividad, ya que es obvio que no es el dinero lo que nos atrae, parece sacado de un viejo tríptico editado por la
armada de nuestro respectivo país. La posibilidad de viajar, con todos los gastos pagos, a lugares "recónditos" y "exóticos" donde exponer nuestro trabajo, no viene exenta, al igual que con el mentado tríptico, de una cláusula en letra minúscula, casi imperceptible, pero con la masa de una estrella de neutrones. Para viajar hay que trabajar y trabajar a un ritmo frenético marcado por los deadlines que cada congreso impone.
"Deadline", línea de la muerte en español, fatídica palabra que el inglés usa para describir una fecha límite de entrega, resumiendo en ella la sensación de inevitabilidad que acompaña a la única mensajera que siempre entrega a tiempo, al menos si no eres
José Saramago o Teófilo Huerta. El stress se acumula, pues fallar un deadline implica perder la oportunidad más clara de viajar ese año. Pero dirán ustedes, y estarán en lo cierto, que no puede haber un sólo congreso en un año dado. Sin embargo, deben saber que la comunidad científica esta compuesta, aunque no lo parezca, de seres humanos, de débiles individuos que prefieren tomar su recompensa, el viaje, en fechas estivales. Por esta razón, los congresos son organizados cuando el sol brilla y las temperaturas invitan a caminar por la ciudad huésped, a disfrutar de la compañía de otros seres humanos con buena comida y buena bebida. Un comportamiento de lo más natural, podríamos concluir, pero un comportamiento que crea un solapamiento de deadlines entre los congresos más afines a cada línea de investigación, dejándonos en la práctica uno sólo para escoger.
Hay un segundo comportamiento humano, referido como la primera
Ley de Parkinson, que termina degenerando en mi muy particular "
Día de la Marmota". Verán, los organizadores de congresos científicos se ven afectados indirectamente por el legado de Parkinson, ya que nosotros, los interesados en exponer en estos coloquios, nunca tenemos tiempo para terminar a gusto el artículo que vamos a enviar. Los deadlines se nos vienen encima y cada día de frenética actividad parece repetirse sin fin, de 8 de la mañana a 12 de la noche, jornada tras jornada, el tiempo se acaba pero el trabajo no. Hasta que, faltando un día para que el acechante deadline salga de su guarida dando fin a nuestro sufrimiento, el organizador del congreso, aquel que le dió vida en primer lugar, se da cuenta que la gente que ha enviado su artículo ha sido muy poca y olvidando, o tal vez recordando, la ya mencionada máxima de Parkinson, decide insuflarle nuevo aire a su muy trabajado congreso otorgando una prórroga a los extenuados investigadores.
La marmota nos clava sus
largos dientes, inyectando una nueva dosis parkinsónica, que no
parkinsoniana, prolongando la agonía ya que sin importar el tamaño de la prórroga, nunca habrá suficiente tiempo para terminar a gusto el trabajo. De nuevo los días se repiten, no hay posibilidad de romper el ciclo, sólo se siente el sufrimiento y la presión del bendito deadline. Mucha será la agonía de aquel que, como este servidor, reciba la noticia de una nueva prórroga. Es en ese momento que cual émulo de
Phil, quisieramos tomar a
nuestro tocayo para juntos, en uno de los más supremos actos de martirio, lanzarnos al vacío y acabar con nuestro sufrimiento y el de nuestros colegas. A la mañana siguiente, al compás de la odiosa y repetitiva tonada de
Sonny y Cher, nos levantaríamos para darnos cuenta que nada de lo que hagamos acabará con la maldición. Estaremos a merced del organizador del congreso y de su perro de presa, el deadline.
Por fin llega el tan temido, pero tan ansiado deadline. Entregamos nuestro trabajo y quedamos a merced de la
voluntad popular, que como una suerte de
Simon Cowell filtra todos los trabajos entregados sin compasión, pero con una pasión por la sinceridad que haría a Gregory House acurrucarse en un rincón en posición fetal. Pobre del que salga rechazado en esta etapa, porque como diría Rubén Blades,
hoy no habrá perdón para su vida. La marmota regresa, pues hay que corregir el deficiente esfuerzo para el siguiente congreso. Otro deadline entra en nuestras vidas, otra maldición que nos perseguirá mañana tras mañana, sin prisa pero sin pausa, letra tras letra de un infinito artículo.
P.D.: le ofrendo este post al increible esfuerzo y dedicación de mis colegas de profesión, especialmente a Silvia, en cuya casa la familia completa del roedor ha decidido vivir. Quiera la marmota dejar de seguirlos allí donde van.
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