domingo, 15 de marzo de 2009

Mi día de la marmota

Esto de dedicarse a la investigación científica tiene un balance positivo, como diría cualquier ministro de economía que quiera nublar el panorama. El mayor beneficio que se consigue en esta actividad, ya que es obvio que no es el dinero lo que nos atrae, parece sacado de un viejo tríptico editado por la armada de nuestro respectivo país. La posibilidad de viajar, con todos los gastos pagos, a lugares "recónditos" y "exóticos" donde exponer nuestro trabajo, no viene exenta, al igual que con el mentado tríptico, de una cláusula en letra minúscula, casi imperceptible, pero con la masa de una estrella de neutrones. Para viajar hay que trabajar y trabajar a un ritmo frenético marcado por los deadlines que cada congreso impone.

"Deadline", línea de la muerte en español, fatídica palabra que el inglés usa para describir una fecha límite de entrega, resumiendo en ella la sensación de inevitabilidad que acompaña a la única mensajera que siempre entrega a tiempo, al menos si no eres José Saramago o Teófilo Huerta. El stress se acumula, pues fallar un deadline implica perder la oportunidad más clara de viajar ese año. Pero dirán ustedes, y estarán en lo cierto, que no puede haber un sólo congreso en un año dado. Sin embargo, deben saber que la comunidad científica esta compuesta, aunque no lo parezca, de seres humanos, de débiles individuos que prefieren tomar su recompensa, el viaje, en fechas estivales. Por esta razón, los congresos son organizados cuando el sol brilla y las temperaturas invitan a caminar por la ciudad huésped, a disfrutar de la compañía de otros seres humanos con buena comida y buena bebida. Un comportamiento de lo más natural, podríamos concluir, pero un comportamiento que crea un solapamiento de deadlines entre los congresos más afines a cada línea de investigación, dejándonos en la práctica uno sólo para escoger.

Hay un segundo comportamiento humano, referido como la primera Ley de Parkinson, que termina degenerando en mi muy particular "Día de la Marmota". Verán, los organizadores de congresos científicos se ven afectados indirectamente por el legado de Parkinson, ya que nosotros, los interesados en exponer en estos coloquios, nunca tenemos tiempo para terminar a gusto el artículo que vamos a enviar. Los deadlines se nos vienen encima y cada día de frenética actividad parece repetirse sin fin, de 8 de la mañana a 12 de la noche, jornada tras jornada, el tiempo se acaba pero el trabajo no. Hasta que, faltando un día para que el acechante deadline salga de su guarida dando fin a nuestro sufrimiento, el organizador del congreso, aquel que le dió vida en primer lugar, se da cuenta que la gente que ha enviado su artículo ha sido muy poca y olvidando, o tal vez recordando, la ya mencionada máxima de Parkinson, decide insuflarle nuevo aire a su muy trabajado congreso otorgando una prórroga a los extenuados investigadores.

La marmota nos clava sus largos dientes, inyectando una nueva dosis parkinsónica, que no parkinsoniana, prolongando la agonía ya que sin importar el tamaño de la prórroga, nunca habrá suficiente tiempo para terminar a gusto el trabajo. De nuevo los días se repiten, no hay posibilidad de romper el ciclo, sólo se siente el sufrimiento y la presión del bendito deadline. Mucha será la agonía de aquel que, como este servidor, reciba la noticia de una nueva prórroga. Es en ese momento que cual émulo de Phil, quisieramos tomar a nuestro tocayo para juntos, en uno de los más supremos actos de martirio, lanzarnos al vacío y acabar con nuestro sufrimiento y el de nuestros colegas. A la mañana siguiente, al compás de la odiosa y repetitiva tonada de Sonny y Cher, nos levantaríamos para darnos cuenta que nada de lo que hagamos acabará con la maldición. Estaremos a merced del organizador del congreso y de su perro de presa, el deadline.

Por fin llega el tan temido, pero tan ansiado deadline. Entregamos nuestro trabajo y quedamos a merced de la voluntad popular, que como una suerte de Simon Cowell filtra todos los trabajos entregados sin compasión, pero con una pasión por la sinceridad que haría a Gregory House acurrucarse en un rincón en posición fetal. Pobre del que salga rechazado en esta etapa, porque como diría Rubén Blades, hoy no habrá perdón para su vida. La marmota regresa, pues hay que corregir el deficiente esfuerzo para el siguiente congreso. Otro deadline entra en nuestras vidas, otra maldición que nos perseguirá mañana tras mañana, sin prisa pero sin pausa, letra tras letra de un infinito artículo.

P.D.: le ofrendo este post al increible esfuerzo y dedicación de mis colegas de profesión, especialmente a Silvia, en cuya casa la familia completa del roedor ha decidido vivir. Quiera la marmota dejar de seguirlos allí donde van.
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domingo, 8 de marzo de 2009

De como me obligaron a ver Watchmen en francés

Casi que comienzo como el diario de Rorschach, apuntando la fecha y hora exacta de la componenda maya que me llevó al cine la tarde de ayer. A pesar de mis protestas, la traición de mi amada esposa terminó de impulsar el irreversible y macabro plan: tenía que ver Watchmen en francés!!!

Es increible lo que se puede entender de una trama tan filosófica (aunque simple en opinión de la parte masculina del ente maya que urdió la trama), sin comprender ni siquiera el uno porciento del diálogo. O bién las palabras están sobrevaluadas, o bién los actores superaron a Marcel Marceau en eso de transmitir sentimientos sin musitar un sólo sonido. Creo que cualquier cinéfilo que se precie podrá refutar la segunda afirmación sin pensarlo más que el instante que le toma al Dr. Manhattan (o como lo dicen en francés, "Manatán", por eso de que la "H" es totalmente muda e inutil en la lengua gabacha) viajar de La Tierra a Marte.

Por lo tanto, ¿están realmente sobrevaluadas las palabras en esta película? Pues concluyo, sin demasiada originalidad, que el diálogo sólo sirve para definir claramente las sutilezas de cada uno de los personajes. Algunos podran ser más sarcásticos, otros más románticos, otros más duros y otro más intelectuales. Pero en el hilo de la trama argumental, eso son solo los hilillos que se despegan de la fibra principal. Me hubiese gustado entender la complicación moral de cada uno de los vigilantes, tal y como socarronamente me lo comunicó la parte femenina del ya citado ente maya a la salida del cine. Pero eso no pudo ser y, como un ciego apoyándose en sus restantes sentidos, tuve que ponerle más atención al continente que al contenido. Olvidarme de guión y actuación en favor de escenografía, vestuario, dirección de cámaras, efectos visuales y, sobre todo, sonido. Porque que sonido más espectacular tenía la condenada película. El Dolby Surround exprimido sin contemplaciones. La cabeza me giraba de un lado a otro y de arriba a abajo, buscando la fuente de cada sonido que se emitía. 

Complementando los efectos de sonido, una banda sonora que, aunque bastante comercial, fue impecablemente seleccionada para presentar las únicas escenas que pude apreciar totalemente, aquellas donde el silencio de los personajes no dejaba otra opción que volver al modo de observación total y en el que la música en inglés (gracias al parlamento francés que no ha dictado una ley para traducir las canciones de las películas) me daba un mensaje más claro que todos los demás diálogos juntos.

Salimos de la sala, y entre la burlas del ente maya sobre lo claro del diálogo de la no tan habitual escena de sexo para una película de superheroes, comencé a pensar que la velada no había estado tan mal. Y camino a casa me propuse conseguir el comic para referirme a la fuente original, cosa que casi nunca hacemos con el resto de las películas y que la confabulación maya que me llevó al cine la tarde de ayer ha conseguido.
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